La teoría del apego: La importancia de un apego seguro
Sin embargo, lo cierto es que hace algunos años esta idea no estaba tan clara, muestra de ello es que algunas personas aún creen que dejar que los niños lloren o darles demasiado afecto solo servirá para formar a adultos débiles de carácter, dependientes, que no saben valerse por sí mismos. Estas son creencias que la ciencia ha refutado, pues hoy se sabe que sucede todo lo contrario, pero que todavía algunos siguen sosteniendo, y desafortunadamente para algunos niños, llevando a la práctica.
La teoría del apego que, básicamente, afirma que la relación de un bebé con su madre o la figura del cuidador durante las primeras etapas de su crecimiento es fundamental para que el niño logre un óptimo desarrollo, tanto desde el punto de vista físico como psicológico y social. A esta relación saludable se la conoce como apego seguro. Al contrario, si se priva a un niño de esta relación afectiva, desarrollando el bebé un apego inseguro, es muy probable que desarrolle severos problemas de carácter que, a su vez, incidirán negativamente en sus relaciones sociales.
De hecho, te habrás dado cuenta de que los bebés son muy sensibles y responden ante las relaciones que los adultos establecen con ellos. Cuando el pequeño comienza a gatear y a caminar, sus padres o cuidadores se convierten en figuras que le dan la seguridad que necesita para explorar el entorno que le rodea. A la vez, estas figuras se convertirán en patrones de comportamiento, en modelos a seguir. Es por esto por lo que Young decía que una madre no sólo debía ser buena madre, sino además feliz.
La investigación refrenda la teoría del apego
El doctor austriaco René Spitz realizó un estudio muy interesante en el cual involucró a un grupo de niños ingresados en un hospital que habían sido alejados de sus madres por más de 6 meses. Luego comparó su desarrollo con el que había alcanzado otro grupo de niños que habían sido ingresados pero que solo habían sido separados de sus madres durante 3 meses.
Spitz apreció que, a pesar de que los pequeños fueron debidamente alimentados y medicados por las enfermeras del hospital, la mortalidad en los niños fue anormalmente alta, sobre todo en los que fueron separados de sus madres por más de 6 meses y los que recibían un trato frío por parte del personal de salud.
Spitz también notó que los niños que sobrevivieron manifestaban signos muy similares a los de la depresión, incluyendo falta de apetito, insomnio, pérdida de peso, mutismo completo, pérdida de la expresión facial e incluso retardo en las capacidades psicomotoras. Además, a medida que iban creciendo se volvían mucho más inseguros, fríos, violentos y poco sociables. Sin embargo, estos síntomas desaparecieron en los niños que volvieron con sus madres después de un periodo de 3 meses.
Años después, John Bowlby, considerado como el padre de la teoría del apego, descubrió que gran parte de los niños con problemas de conducta y dificultades para adaptarse a la sociedad provenían de un medio familiar donde imperaba la frialdad, la violencia, el desdén o incluso habían casos de abandono materno. Este psicólogo fue un paso más allá y le demostró al mundo que este fenómeno se repetía durante varias generaciones ya que los niños que habían sido criados sin afecto tendían a repetir este patrón con sus hijos.
Sería años después Mary Salter Ainsworth la que basándose en los estudios de Bowlby describió una clasificación de 3 tipos de apego por medio de la llamada “situación extraña”. Este experimento tenía el objetivo de determinar la naturaleza del estilo de apego en niños a partir de los 12 meses. Consistía en observar la interacción del bebé con el cuidador principal y un adulto extraño. Ésta se realizaba simulando interacciones entre el cuidador y el niño en una sala con juguetes, con encuentros con un individuo extraño y separaciones del cuidador.
El experimento se realiza en una habitación con cristal de visión unidireccional desde la que se puede observar el comportamiento del bebé en dichas situaciones.
Como resultado del experimento Mary Ainsworth encontró 3 tipos de apego:
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Apego seguro: son niños que exploran menos cuando la mamá no está, se ven afectados y acogen bien la vuelta de la figura de apego.
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Apego evitativo distanciante: se trata de niños que no utilizan a su madre como base segura para explorar, no la miran demasiado. Cuando la madre sale de la habitación no la buscan.
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Apego ansioso preocupado: estos niños experimentaban angustia por la ausencia de la madre y la buscaban todo el rato. A su vuelta se sienten ambivalentes.
Salomon y Main serán los que más adelante hablen de un 4º tipo de apego: “apego desorganizado”. Éste se da en aquellos niños en los cuales su madre en vez de ser una fuente de tranquilidad y contención se convierte en alguien que transmite miedo y falta de estabilidad, generando en el niño mucha confusión. En muchos casos se trataba de madres con enfermedad mental que son negligentes en el cuidado de sus hijos a nivel físico o psicológico.
La importancia del apego en psicoterapia
El apego está cobrando cada vez más importancia dentro de la psicoterapia ya que cada vez existen más estudios que avalan y demuestran el papel fundamental de éste en la recuperación de la persona.
En muchas ocasiones los pacientes acuden a terapia rebotados de otras terapias anteriores en las que se ha trabajo el “apagar el síntoma”: disminuir los síntomas que me generan el malestar. Esta intervención es muy positiva hasta que, al cierto tiempo, este síntoma pudiese aparecer con otro formato. Por ejemplo: en un momento de mi vida tengo disfunción eréctil, al tiempo, miedo a subirme en avión, tiempo después sufro de hipocondría, …. Esta variedad de síntomas podría estar diciéndonos que no solo basta con eliminar el síntoma, sino que puede que algo de nosotros, de nuestro pasado, de cómo afrontamos la vida o la entendemos no esté funcionando adecuadamente.
Cuando exploramos patrones de crianza en los que han habido figuras de apego excesivamente preocupadas, ansiosas, o por el contrario muy exigentes, autoritarias, negligentes, carentes de afecto o que no han sabido ayudarnos a gestionar nuestras emociones, es probable que eso haya afectado el modo que tenemos de vincularnos con otras personas y de ver el mundo.
Una vez identificada esta “herida” en la crianza, será de suma importancia “reparar” ese vínculo y que ese adulto del presente comience a entender el estilo relacional que sigue, cómo le afecta y cómo subsanarlo.
Cuando somos niños no tenemos las herramientas suficientes para hacerle frente a una situación en la que la figura de apego no es segura, sin embargo, desde la edad adulta y con ayuda de la psicoterapia, podemos comenzar a sanar esas heridas de la infancia y comenzar a relacionarnos de un modo distinto. Esto último será fundamental para cambiar creencias muy arraigadas y dejar de reproducir patrones de conducta que normalmente repetimos una y otra vez.
Cómo trabajamos el apego en psicoterapia
Dentro de la psicoterapia, el apego se podrá abordar de muchas formas. Por ejemplo, el propio vínculo con el terapeuta. Éste será uno de los principales ejes: la construcción de un vínculo seguro: el marco terapéutico, la protección, el cuidado, la seguridad y las normas del contexto asistencial ofrecen un encuadre en el que el paciente comienza a incorporar en muchas ocasiones un modo distinto de vincularse (lleno de validación, reconocimiento, normalización o aceptación).
Otros dos factores imprescindibles para el trabajo en esta área serán la regulación emocional y la conexión emocional. Además, según las necesidades del caso se podrán incorporar diferentes herramientas desde una perspectiva integradora (hipnosis, EMDR, …) que nos permitirán ahondar en profundidad y entender cuáles son las piezas del puzle que no encajan y llenan de dificultad las vivencias personales del paciente.
Conclusiones sobre la teoría del apego
En este punto las conclusiones son tan evidentes que no resta sino recordar una hermosa frase de la psicoterapeuta familiar Virgina Satir: “Los sentimientos de valor solo pueden florecer en un ambiente donde las diferencias individuales son apreciadas, los errores son tolerados, la comunicación es abierta y las reglas son flexibles; el tipo de atmósfera que se encuentra en una familia que nutre”.
Sobre la Autora
Rosario Linares es psicóloga y psicoterapeuta. Fue una de las pioneras en España en integrar en la psicoterapia el trabajo terapéutico, tanto con la parte más racional de nuestro cerebro como con la parte más emocional. Para ello utiliza una metodología innovadora, con herramientas como la hipnosis, EMDR (Eyes Movement Desensitization and Reprocessing), PNL (Programación Neurolin- güística), EFT (Emotional Freedom Techniques), el mindfulness y el coaching.
Actualmente dirige el gabinete de psicología "El Prado Psicólogos", centro psicológico de referen- cia en Madrid en psicoterapia breve y terapias de tercera generación, dónde se trabaja desde una metodología integrativa.
Ha publicado los libros "Resiliencia o la adversidad como oportunidad" y "Duelo y resiliencia. Guía para la reconstrucción emocional", este último junto a su compañera Ana María Egido.
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