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La ansiedad no sólo es un problema de adultos, cada vez más, nos encontramos en la consulta con niños que sufren ansiedad infantil. ¿Estás preocupado o preocupada por si tu hijo o hija puede estar sufriendo ansiedad?, ¿has observado algún comportamiento que te resulta extraño y no sabes muy bien a qué responde?
De ser así, vamos a tratar de solventar algunas de estas preguntas, así como a orientarte a la hora de tomar un adecuado curso de acción.
La ansiedad es una reacción fisiológica del propio cuerpo del niño, y por lo tanto, automática e incontrolable, ante diferentes cosas, personas o acciones que le despiertan algún tipo de inseguridad.
Es una respuesta de miedo extremo que pocas veces es acogida o comprendida por los de su entorno, catalogándola de exagerada e infantil. Juicio que, al contrario de ayudar al menor, le pone aún más tenso pues no existen personas que le ayuden con aquello que ni siquiera él logra entender o controlar.
La ansiedad, a pesar de ser una respuesta universal, adquiere muy variadas formas de manifestarse. En el caso de la ansiedad infantil, como indicador general, deberás mostrarte atento a aquellos comportamientos y reacciones comunes en niños y que tu hijo no tiene, o viceversa, aquellos comportamientos que manifiesta de forma repetida y no parece contrastar con lo observado en otros compañeros de edad aproximada.
No obstante, a continuación encontrarás algunos de los síntomas de ansiedad en niños más frecuentes:
Indicadores fisiológicos:
Claro aumento o disminución del apetito
Dificultades a la hora de dormir o numerosos despertares
Pesadillas
Quejas somáticas como dolores de barriga o cabeza
Volver a hacerse pipí en la cama, e incluso de día
Indicadores comportamentales de la ansiedad en niños:
Estos mecanismos son puestos en marcha por el niño de forma consciente con un objetivo: evitar o escapar de algo, posiblemente de aquello que le perturba.
Evitar su antigua actividad favorita (fútbol, baile, tenis…)
Necesidad de saber absolutamente cada detalle de determinados planes
Baja tolerancia a los cambios de planes, contextos o rutinas
Berrinches al separarse de vosotros
U otros indicadores conductuales de ansiedad como:
Chuparse el dedo
Tics o movimientos estereotipados
Manías (colocar sus juguetes en un orden y lugar inalterable)
Morderse las uñas
Arrancarse el pelo
Inquietud y jugueteo constante en brazos y piernas
La ansiedad surge en el niño tras vivencias en las que no se ha sentido seguro, trasladándose este aprendizaje a un sinfín de estímulos y, de hecho, a “todo y nada” a la vez. Haciéndose casi omnipresente en todos los contextos y momentos del día.
Es cierto que hay una variable innata predisponente a la ansiedad, la cual se manifiesta en el temperamento del niño desde los primeros días de vida: pudiendo ser un niño de temperamento más o menos activo.
No obstante, la ansiedad en mayor parte se debe al aprendizaje y a las propias vivencias del niño. Siendo también éste aprendizaje el encargado de que la activación biológica con la que cuenta el menor, pueda dirigirse y gestionarse de la mejor forma posible. Es decir, que el niño puede aprender a gestionar su ansiedad aunque tenga una tendencia biológica que le predisponga a ser más nervioso.
Por un lado, el hecho de encontrarse en un contexto donde los adultos que le rodean y el propio entorno sea inestable, con cambios abruptos y bajo una ausente o mínima predicitibilidad de aquello que va a ocurrir, favorece en el niño una actitud de alerta puesto que nada ni nadie es predecible. Esto puede ocurrir en momentos en el que vosotros, sus padres, os encontréis atravesando un periodo crítico como un duelo, problemas de pareja, o dificultades e inseguridad laboral.
Y, por otro lado, experiencias propias como la exposición a acontecimientos vivenciados con desagrado, así como una respuesta de ansiedad a su vez, por parte de los adultos que le rodean ante estos acontecimientos.
Cabe destacar que, normalmente, los adultos encargados de la gestión posterior de determinados sucesos vivenciados por el niño con ansiedad, también se ven desbordados emocionalmente por los mismos, y su respuesta, por lo tanto, se ve profundamente condicionada por intensas emociones, por lo que su desbordamiento emocional impide el que puedan ser una fuente de tranquilidad y seguridad para el pequeño o pequeña.
Un ejemplo de este aprendizaje sería un atragantamiento donde, por supuesto, el niño acaba aterrado por las dificultades de respirar que ha tenido durante unos segundos, y que los padres han vivido con semejante intensidad y presos del pánico al ver a su pequeño enrojecer por momentos.
Como se ha expuesto en varias ocasiones, existe una clara relación entre el miedo y la ansiedad, en cuanto a que su función recae en alertar y preparar al niño ante un peligro. Sin embargo, la diferencia se encuentra en que el miedo surge como reacción a un estímulo concreto y, por ende, en el presente; mientras que la ansiedad surge como un miedo generalizado, más orientado al futuro y la percepción de posibles riesgos inminentes. Ésta última se mostrará con numerosos: “¿Y si …?”
En este sentido, lo que en un momento dado puede ser una reacción puntual de tu hijo ante un estímulo, puede acabar por convertirse en la forma habitual de relación con el mundo.
Debido a la delgada línea que encontramos entre ambas emociones, es importante que seas consciente de aquellos miedos evolutivamente normativos, es decir: aquellos miedos que es normal que tu hijo sienta en función de su edad y que, de la misma forma, deberán ir remitiendo de forma natural.
Por edades,¿qué miedo es normal que padezca actualmente mi hijo?
0 - 6 meses: pérdida súbita de su base de sustentación y ruidos fuertes
7 - 12 meses: personas extrañas
1 - 2 años: se añade a los anteriores la separación de los padres, las heridas, los animales y la oscuridad
3 - 5 años: desaparece el miedo a la pérdida de sustentación y a los extraños, mientras que se añade el daño físico y las personas disfrazadas
6 - 8 años: disminuye el miedo a los extraños y ruidos fuertes, y aparece el temor a seres imaginarios, las tormentas, la escuela y la soledad
9 - 12 años: disminuye el miedo a la separación, la oscuridad, los seres imaginarios y la soledad; y aparece el miedo a lo que tiene que ver con el plano académico, el aspecto físico, las relaciones sociales y la muerte
Sin duda y a pesar de haberlo especificado como un miedo evolutivo que acaba por desaparecer, uno de los mayores estresores para cualquier niño desde el primer día de vida es la separación de sus figuras de apego, la separación con respecto a vosotros: sus padres. Pues, como ser dependiente, cualquier menor necesitará de forma continuada y estable la presencia no sólo física, sino también emocional de sus padres.
Dicha separación no ha de ser vinculada únicamente a aspectos extremos (Ej.: meses fuera por trabajo), sino en muestras pequeñas como: estar en casa pero no mostrarse disponible mediante el poco contacto afectivo y físico o con escasez de momentos de vinculación paterno/materno filial en exclusiva, al realizar el adulto habitualmente otras tareas complementarias como el trabajo o las labores de casa.
A pesar de existir tanto en tu hijo como en el resto de niños multitud de muestras de ansiedad, en numerosas ocasiones no debéis ir más allá de una atención puntuala acogiendo y sosteniendo emocionalmente lo que pueda estar preocupándole. Sin embargo, existen momentos en los que la ansiedad deja de ser algo puntual y derivar en importantes y dolorosas problemáticas.
Llegados a este extremo, entre los principales trastornos de ansiedad en la infancia, están los siguientes:
Trastorno de ansiedad por separación:
Se manifiesta en forma de pánico y reacciones de profundo malestar a lo que conlleva la separación de los padres. Es habitual encontrar este tipo de problemática enmascarada en otras conductas percibidas como extrañas, el ejemplo más común es no querer ir al colegio o “fobia escolar”. El hecho de no querer realizar ningún tipo de actividad extraescolar incluyendo actividades de ocio como cumpleaños o juegos en casa de algún amigo, también debe alertaros.
Fobias especificas:
Los indicadores de ansiedad antes expuestos se restringen a situaciones y estímulos concretos, reaccionando ante ellos de forma muy exagerada y con verdaderas muestras de pavor. Es habitual encontrarse con fobias a algún animal, a atragantarse, así como al ámbito médico y sus artilugios.
Mutismo selectivo:
El niño, de forma completamente consciente, restringe su actividad verbal a unas pocas personas, normalmente padre y madre, hermanos y un profesor de mucha confianza. Esto tiene que ver con una inhibición total en aquellos contextos o ante aquellas personas con las que no se siente plenamente seguro.
Trastorno por estrés postraumático:
Clasificado como tal cuando, tras la vivencia propia o tras ver en una tercera persona un acontecimiento traumático, el niño comienza a tener numerosas pesadillas relacionadas con ese tema, acompañado de un marcado comportamiento que parece retroceder en el tiempo (dificultades a la hora de expresarse, jugar con juguetes de edades mucho más pequeñas…), y las alteraciones comunes que la ansiedad conlleva. Es habitual encontrarnos con éste y, posteriormente, dar lugar a otra manifestación grave de ansiedad como es una fobia: Ej.: Tras un atragantamiento, fagofobia.
Trastorno de ansiedad generalizada
Se trata de uno de los cuadros más comunes en el que las preocupaciones son completamente normales a las del resto de niños, pero causándole al menor en cuestión un malestar mucho más profundo, repetitivo y limitante.
Ya acercándonos a una etapa adolescente, encontraremos la ansiedad en forma de fobia social, agorafobia e incluso trastorno de pánico donde las respuestas de crisis comienzan a aparecer de forma recurrente.
Si te sientes identificado con algunos o muchos de los ejemplos citados y crees que tu hijo o hija puede estar sufriendo ansiedad infantil, es importante que comiences a observar de forma más precisa qué está ocurriendo. Debido a que los niños tienen un gran potencial de adaptarse a diferentes contextos y, por lo tanto, mostrar diferentes formas de relacionarse, sería oportuno preguntar en el colegio, además de en casa de otros familiares o amigos si allí ocurre lo mismo. Se trate de una respuesta generalizada o no, ya pareces contar con indicadores de la importancia de acudir a un profesional que evalúe de forma eficaz qué está ocurriendo.
Llegados a este punto, una pronta intervención será primordial para evitar que las consecuencias comiencen a hacer estragos en el pequeño.
Debido a que la ansiedad tiene una aparición basada, principalmente, en el aprendizaje y las vivencias del propio niño, la intervención sería completamente posible y orientada a reaprendizajes más eficaces.
Se trabajaría en equipo: vosotros como padres, el niño y el profesional encargado, para abordar el presente y futuro mediante técnicas y recursos que le ayuden una forma más agradable de enfrentarse al día a día; como abordando el pasado y aprendizajes emocionales, más interiorizados, de forma que determinadas “heridas” dejen de suponer un obstáculo y se conviertan en fuente de aprendizaje.
La ansiedad infantil tiene solución. Te proponemos formar un equipo muy sólido, un equipo de apoyo: tú como padre o madre y nosotros, como especialistas en problemas de infancia y adolescencia.
En El Prado Psicólogos tenemos herramientas vanguardistas que han ayudado a niños y adolescentes a desarrollarse mejor.
Nuestra terapia combina técnicas como terapia cognitivo-conductual, caja de arena, EMDR o EFT según sea cada caso.
Llámanos al 91 429 9313 y pide tu primera sesión. Evaluaremos las necesidades concretas de tu hijo o hija.
A continuación te mostramos unos consejos prácticos de como ayudar a los niños en momentos de ansiedad:
Si lo deseas podemos realizar una primera entrevista informativa gratuita en la que valoraremos el problema de tu hijo/a y te indicaremos cual es el tratamiento más adecuado.
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