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La alcohorexia, también conocida como drunkorexia o ebriorexia, es un trastorno de la conducta alimentaria no especificado.
Este cuadro se caracteriza por que las personas que lo padecen llevan a cabo “atracones” de alcohol, es decir, episodios de consumo de alcohol en mayor cantidad y en un menor tiempo de lo normal, denominados “bringe drinking”. A esto hay que sumarle una preocupación excesiva por el peso y un gran temor a engordar.
Siendo conocedores de la elevada cantidad de calorías que contiene el alcohol, las personas que presentan drunkorexia llevan a cabo periodos de ayuno extremo antes de estos episodios de consumo de alcohol, llegando a estar días con una fuerte restricción de alimentos o ayuno total. Además, tras estos episodios de consumo de alcohol, la persona pone en marcha métodos para compensar la ingesta de calorías, como el ejercicio físico (que puede llegar a ser desmesurado), vómitos o el uso de laxantes.
La drunkorexia conlleva un riesgo alto para la salud. No solo puede ir acompañado, o desencadenar otros problemas de la conducta alimentaria, como bulimia, dado que la restricción de alimento aumenta el riesgo de atracones, acompañados de una fuerte sensación de culpa y la puesta en marcha de métodos de compensación como el vómito. Si no que, además, aumenta la probabilidad de desarrollar una adicción al alcohol u otras drogas, las cuales tienen un efecto aún más pernicioso si tenemos en cuenta que estas personas las consumen con el estómago vacío, produciendo una metabolización mucho más rápida en el organismo.
La primera vez que se mencionó este cuadro patológico, fue en 2008 en un artículo del “New York Times”, considerándose un trastorno de moda relacionado con personalidades públicas del mundo de la fama. Desde entonces, se han llevado a cabo investigaciones para tratar de establecer cuál es el impacto real de esta problemática; en qué contextos y en qué tipo de población hay una mayor incidencia, cuáles son sus causas y cómo puede prevenirse o tratarse.
Los estudios de prevalencia que se han llevado a cabo, muestran una mayor presencia de este cuadro en mujeres jóvenes, antes de los 30 años. Parece haber, además, una relación con el contexto universitario. Estos datos nos indican, por tanto, cuáles son algunos de los factores de riesgo para desarrollar un cuadro de ebriorexia.
El consumo de alcohol es una actividad culturalmente aceptada e, incluso, valorada como atractiva, especialmente entre la población más joven. Una forma de interacción, sobre todo en aquellos con un fuerte deseo de integración social o baja autoestima, que encuentran en el alcohol un método de desinhibición para hacer más fáciles y placenteras las relaciones con otros.
Por ello, no es extraño que el contexto universitario se haya asociado con un mayor consumo de alcohol, siendo este frecuente en forma de “atracones”. Las personas que llegan a desarrollar ebriorexia, presentan un deseo de consumir alcohol junto con la preocupación por el peso; en ocasiones, también aparece un deseo de llegar a un estado de embriaguez mayor o más rápido, que se obtiene de la falta de ingesta de alimentos.
Por otro lado, la prevalencia de cualquiera de los trastornos de la conducta alimentaria es significativamente mayor en mujeres (jóvenes) frente a los hombres. La preocupación excesiva por el peso, el temor a engordar, la restricción de alimentos, contar calorías o llevar a cabo conductas que compensen la ingesta, son problemas más presentes en mujeres que viven en una sociedad en la que el aspecto físico y la delgadez se asocian al éxito y la belleza.
Otros factores como la existencia de adicciones (p.ej. tabaquismo), de otros problemas psicológicos en la persona (o riesgo de padecerlos) o disfunciones familiares, podrían estar relacionados con el desarrollo de la ebriorexia.
Las consecuencias de la drunkorexia se relacionan, por una parte, con la restricción de la ingesta de alimentos. Problemas como déficit nutricional, amenorrea, cansancio, caída del pelo, problemas de concentración, irritabilidad, bajo estado de ánimo… Estos síntomas son comunes a otros trastornos de la conducta alimentaria. Además, dependiendo de las conductas que lleve a cabo la persona para compensar la ingesta de calorías, pueden derivarse otros como los producidos por el vómito recurrente, pudiendo haber lesiones en el esófago, o los producidos por el uso de laxantes de manera repetida.
Por otra parte, encontramos otro tipo de consecuencias relacionadas con la excesiva ingesta de alcohol (junto con la falta de alimentos) como una intoxicación severa, coma etílico, daño en órganos importantes… Además, el consumo de alcohol conlleva el aumento de la probabilidad de problemas secundarios: aumento del consumo del alcohol hasta llegar a desarrollar una adicción por el efecto de la tolerancia y síndrome de abstinencia, consumo de otras drogas, conductas de riesgo, etc. No es infrecuente encontrar casos de mujeres que combinan el uso de alcohol con metanfetaminas para controlar la sensación de hambre.
Dado que la alcohorexia todavía no se contempla como un trastorno independiente por los manuales diagnósticos, si no que se incluye dentro de la categoría de “no especificados” en el apartado de los trastornos de la conducta alimentaria, no hay un protocolo de tratamiento establecido para esta problemática. Sin embargo, esto no significa que no exista la posibilidad de recibir ayuda para las personas que padecen ebriorexia.
En primer lugar, es necesario desarrollar estrategias de prevención que disminuyan la incidencia del problema. Se trata de un cuadro con poca visibilización, dado que aún es poco conocido y las personas que lo padecen no suelen reconocer que tienen un problema.
Llevar a cabo programas de concienciación y educación a los jóvenes acerca del consumo de alcohol y los hábitos de alimentación saludables, se hace necesario para desarrollar una mayor responsabilidad en el autocuidado. Por otro lado, dar información al entorno, como padres, profesores o médicos, podría ser de gran utilidad a la hora de detectar cuando comienza el problema, y dar así una asistencia temprana a la persona con ebriorexia.
Dentro de la intervención, cuando el cuadro ya se ha desarrollado. Como primer paso y dadas las numerosas y severas consecuencias físicas que pueden aparecer como resultado, debe contemplarse la necesidad de una intervención médica para resolver problemas como la intoxicación alcohólica o cuadros graves de déficit nutricional.
En segundo lugar, desde la psicología, contamos con múltiples herramientas para ayudar a la persona que sufre drunkorexia.
Es esencial establecer unos hábitos saludables, que incluyan una alimentación equilibrada y suficiente para dar el aporte de nutrientes adecuado. La terapia puede evaluar las necesidades de cada caso para establecer estos hábitos.
También es un contexto en el que evaluar los obstáculos que están impidiendo que estas conductas no se lleven a cabo: falta de motivación, dificultades en la organización del tiempo, bajo estado de ánimo, ansiedad, baja autoestima… Así como aprender a gestionar dichas dificultades para poner en marcha un estilo de vida sano.
Ayudar a la persona a disminuir la preocupación por el peso y el miedo a engordar, así como desarrollar una autoestima sana y una autoimagen no distorsionada. Acompañar, asimismo, a la persona a desarrollar formas de relacionarse con los otros que sean saludables.
Dado que el problema de base en el caso de la ebriorexia tiene que ver con la autoimagen y la apariencia física. La terapia es el contexto idóneo para explorar el malestar de cada persona en este aspecto tan importante de nuestra identidad.
Podemos encontrar múltiples problemas y, dependiendo de cada caso, necesidades muy diferentes. Personas con una fuerte ansiedad social, muy preocupadas por la evaluación y el juicio de los otros, que necesitan poder relacionarse con seguridad. Personas con una auto valía profundamente dañada, que desarrollan una autoimagen muy distorsionada, y que necesitan poder relacionarse consigo mismos con autocompasión. O personas con una fuerte dependencia del entorno, con un gran temor a quedarse aislados, que necesitan poder relacionarse sin perder su autonomía.
Estos son solo algunos ejemplos de los problemas que podemos encontrar tras un cuadro de ebriorexia, así como las distintas necesidades que, desde la terapia, es importante abordar.
Por otro lado, se hace esencial proporcionar herramientas para gestionar la ansiedad, derivada de la reducción del consumo del alcohol y del aumento de la ingesta de alimentos que el tratamiento pone en marcha.
La terapia aporta un contexto de seguridad y confianza, en el que la persona pueda compartir su malestar sin sentirse juzgada. Siendo acompañada en el proceso de autoconocimiento, elaborando formas diferentes y más adaptativas de relacionarse consigo misma y con los otros.
Estas son las tarifas de los distintos tratamientos que tenemos en nuestro centro:
Si lo deseas podemos realizar una primera entrevista informativa gratuita en la que valoraremos tu caso y te indicaremos cual es el tratamiento más adecuado para ti.
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