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El síndrome de rumiación se encuentra dentro de los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) y se caracteriza según el DSM 5 por:
Puede verse presente en trastornos del desarrollo intelectual u otro trastorno del desarrollo neurológico donde será necesaria una atención clínica específica y adicional. El inicio de este trastorno se sitúa entre los 3 a 12 meses, suele presentarse en mayor medida en niños y personas con discapacidad intelectual grave, aunque la prevalencia estimada en adultos es en torno al 2%.
La etiología y la explicación de la causa de este trastorno es bastante diversa, se relaciona con variables correlacionales como posibles alteraciones fisiológicas, neurosis funcional, o con que su causa originaria sea accidental. También se relaciona con estados como el aburrimiento o la generación de un hábito agradable, en este aspecto la autogratificación oral y su efecto autoestimulatorio puede relacionarse con su aparición.
Otro de los factores psicológicos que se ha observado en las investigaciones que influye en la aparición de la conducta de rumiación es la relación existente entre los progenitores, concretamente la madre y el hijo, si es o no satisfactoria o si existe indiferencia o ausencia en la relación. Así como, un abandono físico o emocional con las figuras de apego, esto unido a un ambiente cargado de estresores genera la presencia de factores de riesgos que influyen en la aparición del trastorno.
Se plantea la hipótesis de que la persona que sufre esta afección presenta, de igual modo que en los casos de tics vocales o motores, una urgencia o impulso premonitorio (Chahuan et al., 2021).
El síndrome de rumiación se encuentra vinculado a la presencia de trastornos psicológicos como la aparición de ansiedad, depresión o trastornos adaptativos, con una comorbilidad del 90%. Además, un 13% de los pacientes con diagnóstico de un trastorno de evacuación rectal tienen de manera concomitante síndrome de rumiación.
En la esfera social de la persona, este comportamiento se trata de disimular, se intentan evitar actividades con contacto social o laboral por miedo a exponerse, a ser juzgados o no comprendidos. Al ser conscientes de cómo es percibido este comportamiento socialmente, la persona que lo sufre puede llevar a cabo conductas alternativas que intenten disimularlo como taparse la boca al comer, no comer si van a reunirse socialmente o van a estar en compañía de otras personas, lo que generará un detrimento en la satisfacción del área social, además de generar posibles problemas alimenticios o nutricionales.
La intervención puede combinar un tratamiento farmacológico con la psicoterapia. Se han utilizado antidepresivos tricíclicos como la nortriptilina.
Respecto a la psicoterapia la terapia cognitivo conductual está orientada por un lado, a minimizar la sintomatología a través de técnicas conductuales y de respiración diafragmática o respiración abdominal. La realización de estas técnicas a través del biofeedback o biorretroalimentación utilizando el control electromiográfico han supuesto resultados satisfactorios para el tratamiento de este tipo de trastornos.
Por otro lado, la utilización de procedimientos aversivos genera el rechazo hacia la conducta, ya sea a través de la práctica masiva de la conducta rumiativa generando agotamiento y su eliminación paulatina o también a través de la sustitución por sabores desagradables.
Un enfoque que se utiliza, de manera más eficaz, con menor coste y mayor sensación de bienestar para la persona es aquel en el que se utiliza la técnica de refuerzos sociales, donde se refuerzan las conductas de abandono de la rumiación a través de estímulos afectivos, gestos, palabras positivas, mediante los reforzamientos diferenciales de otras conductas o de conductas incompatibles (Soriano y Cobos, 1992). En lactantes se lleva a cabo una terapia basada en la estimulación y un refuerzo de atención no contingente.
Por ello, es importante el entrenamiento parental para dotar a los progenitores de estas herramientas, así como poder ser capaz de modificar ciertos comportamientos en la dinámica familiar que puedan estar actuando como reforzadores de la conducta rumiativa.
También utilizamos técnicas como Hipnosis, EMDR, EFT o mindfulness para enfocar el trabajo en la afección o trastornos mentales que puedan estar presentes, enfocando de esta forma el tratamiento a la sintomatología asociada.
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